domingo, 19 de febrero de 2017

Los lugares vacíos de la política.

“El espacio es un producto material en relación con otros productos materiales –incluida la gente- que participan en relaciones sociales determinadas –históricamente- y que asignan al espacio una forma, una función y un significado social” (Castells, 1996: 488).


“La cuestión es”, dijo Alicia, “si puedes hacer que las palabras signifiquen cosas tan diferentes”.

“La cuestión es” dijo Humpty Dumpty, “quién manda. Eso es todo”. Lewis Carroll.

Como todo el mundo habrá comprobado, la política española está pasando por un periodo de tiempo muy atribulado. Especialmente en lo que se refiere al sistema de partidos y su composición han acaecido numerosos cambios que modificaron su fisonomía y esencia propia. Hace poco el bipartidismo parecía herido de muerte con la emergencia de los nuevos partidos, Ciudadanos y Podemos, que iban a cerrar ese aciago periodo de alternancia entre los dos partidos dinásticos. No obstante, la realidad ha venido a desmentir tan ansiada proposición, dado que Ciudadanos y Podemos no son relevantes en el panorama político, ni parlamentario. Otra cosa bien distinta es lo que aparece hoy día.

El ámbito político es una dimensión omnisciente de nuestra sociedad donde, en mayor o menor medida, se imbrican y articulan todos los aspectos que la componen. Lo político se torna en un lugar de flujo de relaciones y significados sociales que gravitan sobre los intereses de cada estructura social dominante. Cada partido político lucha por ocupar un lugar hegemónico en el lugar de flujo del mensaje político que le permita ocupar un lugar de espacio en el ideario del panorama político y, en última instancia, en el gobierno. 

En el espacio de los flujos, incontables relaciones personales se articulan en macro-redes estructurales y funcionales, donde la ironía es la principal forma de expresión. El espacio de los flujos -capital, información, político, tecnológico- está compuesto por tres niveles de interacción (Castells, 1996). El primero se refiere al espacio de lo político en el nivel micro, donde se encuentran las interacciones personales. La segunda capa se refiere a los nodos y ejes donde se articulan este espacio de microrrelaciones. El tercer nivel se configura en torno a las élites gestoras dominantes, que poseen tanto la capacidad de organizar a los sectores que les son afines, como la de desorganizar y segmentar a las masas y grupos con otros intereses opuestos. 

En este sentido, los partidos políticos compiten por tener presencia en los lugares de flujo de información de nuestra sociedad, medios de comunicación, redes sociales y, en general, por ocupar un lugar central en del flujo del debate político, que se traduzca en un lugar en el espacio político que permita tener probabilidades de gobierno.

La ansiada presencia  hegemónica de los diferentes partidos políticos en los mass media y  redes sociales, redunda en la maximización de la presencia en el lugar de los flujos de información en detrimento de la ocupación del espacio ideológico, lugar en el que deberían habitar los partidos políticos de izquierdas con auténticas aspiraciones de continuidad y, por tanto, de gobierno. 

En la doctrina de la Ciencia Política se afanan en comprobar la contrastación empírica de los conceptos de desideologización de los partidos; la presencia apabullante de los partidos atrapalotodo; la irrupción de los partidos transversales más allá de la izquierda y la derecha; incluso la aparición de partidos que a veces no se llaman partidos para huir de las connotaciones negativas del término (los citados anteriormente). Por otro lado, se aduce que la nueva situación política propicia los nuevos discursos con otros marcos referenciales, que -en última instancia- sólo sirven para ocultar la estructura que sigue realmente operando. Todo esto parece indicar que la competencia política en base al discurso económico schumpeteriano de la destrucción creativa, hará que sólo pervivan en el sistema político los partidos más capaces, es decir, aquellos que sobrevivan mejor a los constantes procesos electorales con victorias y consigan consolidarse dentro de un sistema político plural, competitivo y hostil de 4 partidos de ámbito nacional. No obstante, parece ser que existen lugares vacíos.

Normalmente, y bajo el prisma del electorado, se declara que ya existen suficientes partidos que representen las distintas opciones políticas de los españoles, quizá podríamos apuntar la existencia de overbooking político si considerásemos la posibilidad de la creación de nuevos partidos. Si ya existen dentro del sistema de partidos español cuatro opciones políticas a nivel nacional, ¿cuál es el sentido de crear otros nuevos? El overbooking se produce cuando se venden más asientos de los disponibles, pero la novedad estaría en que se venden varios billetes por asiento ya ocupado, no obstante, otros se quedan vacíos por no tener representación.

Vamos a entrar en faena para definir los lugares vacíos que pueden materializarse en el sistema de partidos español. Por un lado, nos encontramos con el lugar vacío de la derecha. Este haría alusión a la circunstancia de la polémica creada en torno al 
abandono de la presidencia de honor de Aznar en el Partido Popular y el divorcio de FAES respecto al ideario del PP. Las razones que mueven a esta deriva vienen a significarse en una opinión muy generalizada en la derecha más reaccionaria sobre la moderación de las posturas respecto al problema catalán, complementado por la falta de ortodoxia ultraliberal en las políticas económicas aplicadas, puesto que en opinión de los ortodoxos el PP aboga por una doctrina conservadora en su ministerio económico. La confluencia de intereses entre el ala ultraliberal del PP y sectores de ideología  religiosa reaccionaria -como los seguidores de los Legionarios de Cristo- van dando forma a la posible creación de un partido más extremista a la derecha del PP con vigentes paralelismos con el Tea Party norteamericano.


Por otro lado, nos toparíamos con los lugares vacíos de la izquierda, que aunque parezca paradójico por la diversidad interna y propia de la izquierda política española, también los hay. En un primer momento, pondríamos como ejemplo el proceso de derechización del PSOE, agravado por la irrupción de la gestora, que provoca que se consideren acertados los juicios que plantean que la domesticación de la socialdemocracia es ya total y, por tanto, el planteamiento de la defensa a ultranza de los principios capitalistas aún en los ámbitos sociales. No en vano, la abstención propiciada por los diputados del PSOE para la investidura de Rajoy  así lo avalan. A su vez, el apoyo puntual a las iniciativas del PP en el congreso por parte de la bancada socialista dan sentido a lo que viene en llamarse gran coalición de facto, pese a las constantes apariciones desmintiendo este particular.


En un segundo momento, habría que apelar al caso de Podemos, que no ha podido zafarse de un proceso de radicalización política tras el acuerdo con Izquierda Unida. Las investigaciones empíricas sobre la percepción de los partidos por parte de la ciudadanía indican que Podemos es identificado por el electorado como un partido de extrema izquierda, si lo comparamos con el resto. Además, si evaluamos su reciente congreso en el que han triunfado las posturas más cercanas al neocomunismo de Iglesias, todo parece indicar esa deriva extremista. Por tanto, existe un espacio vacío que situado más allá del PSOE y más acá de Podemos, en el que se ubican idearios políticos cercanos al entendimiento entre las dos izquierdas, dando por sentado que es necesaria la huida del servilismo de la socialdemocracia y la erradicación del planteamiento del sorpasso anguitiano. Este posicionamiento político estaría representado por los intereses de dos personajes políticos con marcadas derrotas a sus espaldas, Errejón y Sánchez,  y que cada uno a su manera muestran un camino tendente a la convergencia. Otro cantar sería el posible entendimiento entre ambos y la articulación política del proyecto.

Cada vez más, se oyen voces en el ágora política virtual auspiciando la presencia de otras opciones políticas que representen los intereses de un futuro político circunscrito a otras coordenadas diferentes a las actuales, y en las que el nacionalismo español no sea el núcleo duro de la política nacional y lleve a procesos de colaboracionismo, encubierto o no, entre los partidos de ámbito nacional, apelando a cuestiones de Estado.

Bibliografía:

Castells, M. (1998). La era de la información. Vol 1.

Por Víctor y Antonio.

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